LA VIDA SIGUE (Agustín Rueda)

miércoles, 1 de febrero de 2012


El día había amanecido gris, el sol no brilla como de costumbre, era primavera, pero se negaba a mostrarse limpia y brillante, tal como correspondía a esa época, poco a poco, el cielo se fue trasformando y mostrando su cara gris, una lluvia fina, y pertinaz se desencadeno sobre la ciudad haciéndose dueña absoluta de sus ajadas calles dándole unas pinceladas de triste melancolía.
El reloj del tiempo, se había detenido, me avía enredado entre sus feroces agujas y por más que intentaba zafarme de de sus tentáculos más enredado estaba a ellos. 
En clase, no me sentía con ánimos, no prestaba la atención debida, apenas entendía lo que los profesores con su buen hacer se esforzaban en explicarnos.
Por fin la jornada escolar llegó a su fin; ¡Como cada día, ocupe mi asiento en el fondo del pequeño autobús!
Después de comprobar, que todos ocupábamos nuestros puestos, el autobús inició su andadura aplastando los charcos sin compasión, zigzagueando las maltrechas calles.
Inmerso, en mis propios pensamientos, las conversaciones de mis amigos, las percibía como un murmullo lejano; tenía que tomar una decisión pensaba en voz baja, le hablaría como un adulto que ya era, no como el adolescente que hasta entonces había sido, sino como la persona que a los veinte años se siente maduro para hablar de ciertas cosas. El reto para mí no era fácil, pero tenía que abordarlo, había llegado el momento.
Guardo tantos, y tan buenos recuerdos de mi niñez, cuantas horas me había dedicado, cuantas tardes de felicidad disfrutadas a su lado en aquel pequeño jardín. Era un cómplice perfecto, siempre dispuesto, ante cualquier travesura me cubría las espaldas frente a la buena de mamá, que siempre encontraba motivos para recriminar nuestros juegos, -Javier esto, Javier aquello otro, que tengáis cuidado de Martita que es pequeña.
Si no había motivo para alarmarse, era capaz de inventarlo.
Ahora que ha pasado el tiempo, creo que un poco celosa sí que estaba. Pobre mamá, cuantas lágrimas derramadas.
Yo solo tenía diez años recién cumplidos, frente a mi hermana Martita, que vino al mundo seis años después. 
Tubo lugar en verano, un sábado del mes de agosto, de hace ya muchos años, aprovechando las vacaciones, mis padres decidieron emprender un viaje, Francia, Italia y si nos daba tiempo iríamos a Alemania tres, o cuatro días a visitar unos amigos que tenían allí, Ramón y su familia. Ramón, había sido compañero de universidad de mi padre, pero desde que se caso con una chica vivían en un pueblecito pequeño al sur de Alemania 
A si fue como un día a primeros de agosto, emprendimos un viaje que se convirtió en la pesadilla más espantosa qué pudiéramos imaginar. Llevábamos quince días de vacaciones, habíamos visitado Paris durante diez días, y ya nos encontrábamos en Italia, cuando una noche, después de la cena, en el hotel mi madre se sintió indispuesta, Urgentemente, en recepción, telefonearon, y en cinco minutos, apareció una ambulancia que la trasladó a un hospital que estaba próximo al hotel. 
Después de practicarle diferentes pruebas, no supieron encontrar el motivo de aquella inexplicable situación.
Al día siguiente, empeoró, tenía vómitos, y estaba pálida. Como no le encontraban el motivo de su mal estado, en común acuerdo con los médicos, se decidió su traslado a España. Al menos aquí teníamos toda la familia para apoyarnos y ayudarnos los unos a los unos a los otros.
Y a si fue, como un día caluroso del mes de agosto, veinticinco días después de nuestra salida nos encontrábamos de vuelta en tan lamentables circunstancias.
El caso es, que su estado de salud día a día se fue menoscabando, y los médicos no supieron atajar la desconocida enfermedad que la llevaría al final de sus días dejándonos en una situación, desesperada y de pura impotencia.
A principios del mes de octubre, nos dejo para siempre. Mi padre, se volcó en nosotros, esforzándose en que tanto a mi hermana como a mí nos afectara lo menos posible.
Habían pasado seis largos años, hacia algún tiempo, me había prometido hablar con él, se merecía volver a ser feliz. Pero tenía una ardua tarea antes de dar ese paso, hablar con Marta de este asunto tan delicado a sabiendas de antemano que no lo aceptaría fácilmente. 
Al llegar a casa, encontré a Marta sentada en el escritorio, ¡pasando unos apuntes al ordenador, me dijo!- Hola Marta la salude sentándome a su lado, he intentando aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de mi estado de ánimo, ¿cómo te ha ido el día? – Bien, sabes qué. – Dime le conteste, -el examen que tuve el jueves de la semana pasada, aquel que te comente que no estaba muy segura, lo he aprobado.
-Que bien le conteste dándole un beso en la mejilla, me alegro que todo te salga bien, te lo mereces. Quisiera hablar con tigo de algo que nos atañe a los dos, rectifico a los tres. – A que tres te refieres me contesto un poco confundida. - Pues bueno le dije haciendo una larga pausa, hace tiempo que me ronda por la cabeza, pero es que no sé como exponértelo, – no me asustes me contestó apresurada.
-Se trata de papa, ¿No crees que ya que ha pasado el tiempo, no sería bueno para el encontrar una chica que le hiciera feliz, y posiblemente encontrarías en ella a una buena amiga en quien apoyarte y a quien podrías pedirle consejo?- ¡No! No, y no, me dijo mirándome a la cara como si hubiera visto un fantasma: ya somos felices los tres como estamos; no necesitamos a nadie que venga a meter sus sucias narices en nuestros asuntos ¡Me dijo! Levantándose y saliendo del estudio. No sin dar un fuerte portazo como despedida.
Y así termino aquel día, papa me pregunto a la hora de cenar ¿-Qué le pasa a Marta que no la he visto en toda la tarde, porque no viene a cenar?- Creo que tiene un poco de jaqueca, me ha pedido que te diga que la disculpes, se ha tomado un vaso de leche caliente y se ha ido a dormir. Dice que será lo de siempre y que mañana se le habrá pasado. Al día siguiente, nos encontremos como cada día, los dos 
ha la hora del desayuno, ya que papa, se iba más temprano y nunca coincidíamos a esa hora. Yo la miraba de soslayo, pero ella me ignoraba. Tenía los ojos de no haber descansado en toda la noche. Al despedirme le di un beso como cada día, pero Marta, me lo devolvió sin ningún entusiasmo por su parte.
Y así pasaron algunos días, pero yo estaba decidido, no quería que pasara más tiempo. A papa lo veía bien, pero a mi modo de ver, no era todo lo feliz que cabe esperar de una persona de su edad. 
A sí que en unos días, volví a las andadas, y después de varios intentos, Marta accedió a escucharme. Hablemos de los pros, y los contras, intente llevar la conversación al terreno que me convenía, que nos convenía, que era el bienestar de papa.
Le comente, que ahora era un buen momento, que un día no muy lejano, nosotros, posiblemente nos marcharíamos, y el envejecería, y sería bueno que si esta situación se daba, estuviera con una compañera que lo quisiera, y con la cual fuera feliz. 
Y así fue, como un Domingo, después del almuerzo, de acuerdo con Marta lleve la conversación al terreno más idóneo para nosotros.- Papa, le dije en un momento de valentía que no sentía, como podrás apreciar, nosotros hemos crecido, y te agradecemos todo el cariño que nos has dado; pero ya no necesitamos que estés dedicado exclusivamente a nosotros. Papa, no es fácil para nosotros hablar de este tema, pero creemos que ha llegado el momento de que pienses más en ti, que te mereces ser feliz, en fin, que hemos hablado Marta y yo y queremos que encuentres una chica que vuelva a llenar tu vida, y con la que llenes el vacío que dejó en ti la buena de mamá. 
-Hijos, nos contesto con los ojos brillantes, lo que me pedís es muy difícil para mí. Como sabéis con teneros a mi lado mi vida es completa, y no siento la necesidad de incorporar a ninguna persona ajena a esta familia, ya que vosotros llenáis la mía y me hacéis feliz cada momento.
-Pero papa has de escucharnos… –No quiero hablar de este tema. 
Y ahora os dejo, que tengo cosas importantes que hacer en el despacho y no lo puedo demorarlo más; dijo levantándose emocionado y volviendo la cabeza, para que no observáramos que las lágrimas amenazaban con traicionarle.
Y fue pasando el tiempo sin volver a abordar aquel tema que resultaba tan espinoso para los tres.
Cinco años después, decidí que el momento de casarme había llegado. Hacía dos años que mantenía relaciones con Alexandra, y después de pensarlo, y repensarlo decidimos unir nuestras vidas.
Marta, al cabo de dos años, también decidió casarse con un ingeniero cuyos padres eran amigos de los nuestros desde hacia tanto tiempo, que yo desde siempre los recordaba.
Ya habíamos perdido las esperanzas de que papa rehiciera su vida. Cuando un buen día nos telefoneo, nos comunicó que tenía una sorpresa nosotros, y que el domingo nos esperaba para almorzar.
A sí que deseosos de que pasaran los tres días que faltaban para la cita. Tuve una reunión con mi hermana Marta, pero ella, también estaba en ascuas como yo.
A sí las cosas, llegó el domingo, y sobre medio día estábamos los dos frente a mi padre que no tenía prisa en revelarnos aquel secreto que nos llevaba reconcomiendo el cerebro varios días.
Después de comer, salimos a la terraza a tomar café. Y parece ser que para él era el momento, simulando una sonrisa, que más bien era una mueca, nos dijo.- He conocido una señora, bueno mejor dicho, hace tiempo conocí una señora. Los dos nos miremos al mismo tiempo. ¿-Y porque nos lo has ocultado? Le pregunte un poco inquieto. – No, veréis, no lo he ocultado es solo que hemos querido esperar un tiempo para conocernos y estar seguros de lo que queríamos hacer con nuestras vidas. 
Tanto Marta, como yo, no objetemos nada ya que era algo que perseguíamos desde hacia tiempo, pero, sí que teníamos nuestras reservas aunque ante todo, primaba su decisión, nosotros con que fuera feliz nos dábamos por satisfechos.
Así las cosas, quedemos para el siguiente domingo, almorzaríamos todos juntos, y se harían las presentaciones. Y el día llegó, aunque no nos extendimos mucho en palabras, resulto ser una señora agradable su conversación era afable y amena, con lo cual coincidimos en que quizás era la persona adecuada, y después de medio año decidieron darse el sí quiero.
Con Marta nos visitábamos un par de veces al año ya que al casarse fueron a vivir a otra ciudad.
Mi padre murió enfermo de años, y su mujer murió varios años después.
Al otro lado de la puerta, escuche un leve sonido, lentamente, deje caer la pluma sobre el escritorio y sentí una voz que llegaba del pasillo. Joaquín ya han llegado; me dijo Alexandra desde el otro lado de la puerta: Intente levantarme, mis huesos chirriaban como una vieja máquina de vapor, antes de conseguirlo se abrió la puerta y al grito de – abuelo! tres mozalbetes se me vinieron encima hundiendo mis viejas posaderas de nuevo en la mullida silla. Mi hijo, y mi nuera, sonreían junto con Alexandra echados en el quicio de la puerta.- Venga a comer, que la mesa está servida dijo mi mujer. Y todos abrazados caminemos hacia el comedor. Efectivamente la mesa estaba servida, esperando a los comensales. 

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