El reo (Agustín Rueda)

jueves, 9 de agosto de 2012


El reo, con las manos amordazadas caminaba arrastrando lentamente los pies en medio de los dos alguaciles que de manera perniciosa lo acompañaban hacia lo que tenía que ser su último evento. Un tercero, con gesto de ceremonia repicaba un lúgubre tambor anunciando un fatal desenlace.
La plaza principal del pueblo, junto con la enardecida muchedumbre serían testigos de excepción de lo que en breves momentos iba a tener lugar.
Al llegar la triste comitiva, el pueblo enardecido jaleaba al reo lanzándole toda clase de escarnios.
Algún niño se atrevió a lanzarle alguna piedra con la benevolencia de su progenitor.
Todo estaba a punto.
...
Ya en la cima del patíbulo, al que sin ningún miramiento lo izaron; el verdugo le requiere que pida su última gracia.
El reo respira profundamente, y con aparente tranquilidad responde. – No me pongas la cogulla, quiero vivir mi último acto.
Las gentes de aquel lugar aplaudieron largamente la actuación de aquel pobre infeliz.
A diferencia de otras actuaciones esta vez no bajó el telón.

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